Había un hombre que soñó que era Dios. En su sueño, todas las cosas eran posibles. Si lo deseaba, en un momento podía descender hasta lo más profundo, arrojar su red y sacar peces grandes, carnosos, brillantes y plateados. Cuando arrojaba su red, el mar le mostraba su gran abundancia.
En su sueño era Dios y a su vista nada perecía, ni el ataque violento de las estaciones lo afectaba. Tuvo un sueño de gozo, y todas las cosas resonaban con una música que nunca era desentonada, siempre era armoniosa. En su sueño, todo vibraba y los matices de los colores trascendían la percepción humana. En este sueño todas las cosas se combinaban y daban origen a la canción que es el pensamiento de Dios.
Y Caminaba sobre praderas de color esmeralda, veía las flores brillar tenuemente en sus dorados pétalos. En ningún lugar de su sueño había furia, malicia, crítica o envidia. Tampoco había enfermedad, ni dolor, ni penas. Todo era como una eternidad que entonaba una canción de armonía. Así era el hombre que tuvo el sueño de que era Dios. En ninguna etapa del sueño consideró la posibilidad de estar soñando, y despertó para darse cuenta de que estaba dormido.
Ramtha.